jueves, 6 de febrero de 2014

Sobre costumbres ajenas

Desde mis primeros recuerdos, he tenido la oportunidad de acercarme a muchas culturas extranjeras. Una de ellas en concreto me ha llevado a pensar en las diferencias de sus costumbres con las nuestras, en particular lo relacionado con la muerte y las convenciones sociales que la rodean. Me dispongo ahora a explicar sus extrañas prácticas, y coincidiréis conmigo en que son, cuanto menos, peculiares.
Cuando un miembro de esta sociedad fallece, sus allegados disponen el cadáver del difunto en una caja de madera rectangular, y proceden a ejecutar un ritual que conservan desde tiempos antiguos: eliminan las vísceras del fallecido, y en su lugar colocan un relleno para que el cuerpo no se hunda, conviertiéndolo así en un grotesco muñeco desprovisto de la vida que anteriormente tuvo.
Este proceso se lleva a cabo en un templo, donde las velas iluminan las imágenes de sus ídolos. Éstos se ciernen sobre las cabezas de sus gentes, mirando omnipotentes cómo finaliza la vida terrenal de su discípulo.
La estirpe del difunto viste con la indumentaria especial que tal ocasión requiere: los grandes y extravagantes mantos negros cubren los apenados rostros de las mujeres. Las más ancianas llenan el recinto con inconsolables sollozos y lamentos que componen la banda sonora de esta función. El telón se baja después de una larga procesión precedida por el séquito de parientes del difunto, seguido por una comitiva que lleva a hombros al muerto, bajo la mirada del resto de la sociedad.
¿Es completamente distinta esta cultura de la que nosotros profesamos? La primera impresión llevaría a afirmar que sí, pero leyendo con atención nos daremos cuenta del engaño: de la primera a la última frase de este texto se refiere a la cultura occidental, la mía propia y, probablemente, la tuya.
El miedo o la incomprensión nos puede llevar a repudiar actos que nos son ajenos, y la costumbre nos hace olvidar el buen hábito de cuestionarnos nuestras tradiciones de vez en cuando.

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