martes, 1 de septiembre de 2015

Onírico Soren

Soren no tiene una forma, son ideas diluidas, como las lámparas de lava de los años setenta. Soren no es una persona ni un concepto, no es concreto pero no es algo abstracto. Tendido en la cama, pero también levitando sobre ella, piensa y es pensado. Está en la cabeza de Vera, como un humo dorado se mete en sus pensamientos y respira y se mueve y siente a través de ella. Ahora, Vera está estudiando sentada en la mesa de la cocina, a contraluz, se ve su sombra como una pensadora; y Soren aparece. Vera no le ve, solo siente que está ahí. Se refleja en los geométricos ojos de una mosca que revolotea al lado de los libros de matemáticas. Toma forma de musarañas cuando Vera no quiere estudiar, cuando cualquier cosa es más entretenida que una raíz cuadrada. Mira afuera por la ventana, y las montañas tostadas del sol son pómulos sonrosados en una cara ancha de isla, aislada en un mar agridulce. Vera se baña en el mar mientras sus compañeros atienden en clase, impulsada por Soren, el agua se vuelve sólida a sus pies, se enreda por sus piernas y se evapora entre los dedos de las manos al ir a beber de ella.
Cuando quiere pensar en él, no sabe describir su cara: es todas las caras y todos los colores y matices en los ojos, todos los reflejos de su pelo.
Soren es ensoñación después de una larga siesta en la playa, es las motitas de color en los ojos, es gotas de rocío en una mañana de invierno. Soren es un mundo onírico.

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