martes, 14 de abril de 2015

Espantapájaros

Erguido en medio de un campo, con la mirada perdida en mundos que nadie más puede ver, vive y existe el espantapájaros.
Dicen de él que una vez fue hombre, aunque en su cara ya no quede rastro de humanidad, dicen que por sus pupilas pasaron cientos de civiles moviéndose en contra de la guerra. Todo el mundo dice. Pero él no dice nada. Los niños a veces pasan por ese campo después del colegio, y se quedan plantados, imitándole, en busca de una reacción en su cuerpo. Y esa reacción nunca aparece.
Me gusta caminar por delante de él, lejos, como si fuera a mi dónde sus ojos se dirigen.
Llueve. El espantapájaros se está llenando de barro, y el agua le llega al nivel de sus tobillos de paja. Estático, deja sus piernas hechas de palo empaparse de agua.
Una pluma roza sus dedos, traída por el viento, una pluma triste haciendo círculos en el aire. 
Los restos de un pajarito encallan a sus pies, náufrago apegado a una tabla luego de un largo viaje por el lodo. 
En los ojos del espantapájaros se asoma una lágrima, que se funde con la lluvia resbalando hacia su barbilla. 
Milagrosamente, el espantapájaros se movió, orbitó todo su pesado cuerpo hacia el pájarito y en una ráfaga de viento, se desplomó en el suelo y se dejó absorber por la tierra.
Los restos del pajarito quedaron enterrados por el cuerpo del espantapájaros, y ambos se hicieron uno bajo la lluvia.
A la mañana siguiente había dejado de llover y, en lugar del espantapájaros se encontraba una pequeña montañita de paja y trozos de madera. 
Cuando los pájaros llegaron volando al campo no encontraron obstáculo y lo arrasaron. Nunca volvió a crecer nada en el campo, ni ningún pájaro volvió a regalar su canto a los niños después de la escuela.
Y donde había pasado sus últimos días el espantapájaros creció una pequeña flor del color de su cara, girada hacia el horizonte, dónde se perdían sus ojos.

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