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miércoles, 2 de diciembre de 2015

still shining the dead star

"Every tic-tac is a second of life which happens,
escapes, and does not return."
Frida Kahlo

growing inside the womb
a daisy called time
losing its leaves
running down your back
and I'm dancing
on your eyelashes
once again
trying not to sink
my toes
in the corner
of your eye

loneliness in space
I'd like to be there
core of a star
exploding
and become dust
falling in your head
a summer night
while you see me
still shining
so far
stuck in your mind


domingo, 8 de noviembre de 2015

J. Tree

tonight
insomnia carries
your name,

what if I
hold the knife
between my hands

and slash
my belly
up to down?

butterflies armies
will take
flowers apart

lunes, 12 de octubre de 2015

Piel (VI), ausencia de...

Abrazo la ausencia
la no-materia
en mi cama
piel rozando
las sábanas
sucias
de olor a sudor
a sexo
a sueño.
Mi amor
inmaterial
desaparece
las madrugadas
tras de sí
un vacío
lleno de ansias
devora
el tiempo.
Despierto
empapada en sudor
de la ausencia de tu cuerpo
naufrago
de nuevo
en las mareas
de tus ojos de cristal,
que todo lo ven
en condición
inmaterial
de piel
contra piel.

lunes, 5 de octubre de 2015

Euforia en singular autoinducida

Te imaginas jugar
a perder tu cabeza
en mi mirada,
derramar el yo
fluyendo 
por mi espalda
y rasgando
los lunares
de tu piel.
Te imaginas pensar
en plural
como en pantalones,
tijeras, anteojos,
trabalenguas,
imagina no tener
espacio
ser una mitad
como en pernera,
filo, lente,
lengua seca y sola
en una boca 
que se abre
sólo por lamentar.
Imagina flotar
encadenado
a un cuerpo muerto
a la deriva
mar adentro
y probar bocanadas
de libertad latente
y sorbos 
de agua de mar
sabor a sal 
y a naufragios.
Yo
imagino saber
acabar 
un soneto
sin cambiar 
versos sucios
por rima
consonante,
yo imagino 
aspirarte
como aire,
un nosotros
un yo
un andrógino
surgiendo
del fondo del mar
sin cadenas,
en singular.

martes, 1 de septiembre de 2015

Onírico Soren

Soren no tiene una forma, son ideas diluidas, como las lámparas de lava de los años setenta. Soren no es una persona ni un concepto, no es concreto pero no es algo abstracto. Tendido en la cama, pero también levitando sobre ella, piensa y es pensado. Está en la cabeza de Vera, como un humo dorado se mete en sus pensamientos y respira y se mueve y siente a través de ella. Ahora, Vera está estudiando sentada en la mesa de la cocina, a contraluz, se ve su sombra como una pensadora; y Soren aparece. Vera no le ve, solo siente que está ahí. Se refleja en los geométricos ojos de una mosca que revolotea al lado de los libros de matemáticas. Toma forma de musarañas cuando Vera no quiere estudiar, cuando cualquier cosa es más entretenida que una raíz cuadrada. Mira afuera por la ventana, y las montañas tostadas del sol son pómulos sonrosados en una cara ancha de isla, aislada en un mar agridulce. Vera se baña en el mar mientras sus compañeros atienden en clase, impulsada por Soren, el agua se vuelve sólida a sus pies, se enreda por sus piernas y se evapora entre los dedos de las manos al ir a beber de ella.
Cuando quiere pensar en él, no sabe describir su cara: es todas las caras y todos los colores y matices en los ojos, todos los reflejos de su pelo.
Soren es ensoñación después de una larga siesta en la playa, es las motitas de color en los ojos, es gotas de rocío en una mañana de invierno. Soren es un mundo onírico.

domingo, 30 de agosto de 2015

Cuando Vera soñó a Soren

"Las caras que ves en tus sueños las has visto en algún momento de tu vida".
Vera se decía a si misma que sí, que en otros sueños. Se autoconvencía. ¿Que por qué? Pues porque el amor había llegado a ella, en forma onírica, en psicodelia desordenada y fantasía adornada de espacios pintorescos sin leyes de la física y sin héroes de Disney.
Nunca le dijo su nombre, ni le regaló rosas mustias por San Valentín, ni un collar por su cumpleaños. Tampoco iba a buscarla en coche los sábados a mediodía, ni comentaban banalidades por mensajes al móvil.
Vera le puso nombre. Soren fue para Vera lo que Maude fue para Harold.
No se necesitaban, no se buscaban, no eran mitades de una naranja destinadas a unir sus bordes mutilados por el cuchillo del destino. No. Vera y Soren se encontraron en un sueño de ella, y volaban por el espacio y el tiempo como en una cutre película serie B.
Que Soren no existiera en el Universo racional de Vera no era un problema.
Veía su cara alargada en las baldosas de la calle, jugaba a buscarle en cuadros abstractos y pasaba horas enteras en el museo, en la sala de Pollock, dibujando mentalmente a Soren en las pinceladas viscerales de los cuadros.
La vida pasó y Vera quiso buscarle. Y lo encontró en un álbum de fotos de su madre, que siempre ojeaba cuando pequeña.
Soren tenía nombre y apellidos, mucho más comunes y menos exóticos que el filosófico apodo que Vera le había puesto, pero era él, su cara, su expresión, el verdor de sus ojos tristes.
Y ni siquiera protagonizaba la foto. Era un recuerdo del servicio militar del padre de Vera. Su Soren era un teniente de uniforme que salía en una esquina de la instantánea tomada al regimiento. No sabía cómo sentirse, no lo imaginaba así. Le creía poeta, bohemio, con Serrat en los oídos y la pluma entre los dedos.
Bueno, era él. Llamó a su teléfono y una chica de su edad le contestó que papá no estaba en casa. Vera está helada y las palabras se amalgaman en torno a su garganta pero no llegan a salir.
Cuelga el teléfono.
Vera recorre una larga procesión hacia el dormitorio materno.
Somníferos, con receta, claro. Vera duerme en cuestión de minutos. Allí se encuentra con Soren que la espera sentado en el césped.
Le grita, le tira las fotos, los recuerdos van llegando en forma de nubecitas con imágenes en movimiento y Vera las destruye. Soren llora. Y Vera grita.
Ya no le volverá a soñar.