jueves, 5 de mayo de 2016
Alonso contra los molinos
miércoles, 19 de agosto de 2015
Piel (III)
y me tocaba las manos
con las yemas de sus dedos
me rozaba la piel hasta erizarme
llegó nueva al colegio -pero-
era ya antigua en mi vida
leía mi mano y sus caminos
letras volubles como el humo
salían de mis palmas
y ella las inspiraba.
Trazaba con el borde de las uñas
las líneas imantadas
y siempre mi mano y su mirada
el ceño fruncido analizando
mis manos goteando de sudor
las suyas frías sosteniéndolas.
Mientras el tiempo nos vió pasar
sentada siempre a mi vera,
mis manos nunca fueron para ella
otra cosa que libros abiertos,
compilación de cuentos
y antología poética
con dos niñas
de personaje principal.
Escribo con diecinueve,
Vera ya no me lee las manos
con su ausencia las páginas
se arrancaron
la tinta me la absorbió la piel
y las letras se borraron
pero volteo las palmas
y leo su nombre.
jueves, 2 de julio de 2015
El pedófilo de la estación
Un hombre de mediana edad, con un jersey de colores que una vez pudieron ser vivos y chillones, con manchas y descosidos, caminaba en círculos. Pero caminaba en círculos cerrados, nervioso, mirando a su alrededor y comprobando toda persona que pasaba. Las cuatro menos veinte, apenas hay en la parada dos chicas de mi edad y una señora mayor, las ignora y a mí no me ve en mi escondrijo.
Me suena de algo. No su cara, que por mi miopía no llego a distinguir y se me aparece difuminada como los colores de su jersey, sino esos nervios, los pasos torpes en círculos, el crujir de sus manos retorcidas y esa expectación, ese buscar algo que no llega.
Las cuatro menos cuarto. La canción que taladra mi cabeza se acaba, el sol está un poquito más cerca y me da en plena cara, gotitas de sudor me recorren la espalda y me muevo hacia la sombra. Me levanto y mis ojos se cruzan con los del hombre, y me mareo. Sé quien es, por supuesto que lo sé.
Vuelan en mi mente fragmentos de conversaciones: mi madre diciéndome que volviera a casa temprano, dando un rodeo para no atravesar la estación. Unas señoras jóvenes, a la puerta del colegio, comentando indignadísimas muchas cosas que se oían por ahí y que yo por mi edad no pude entender. El periódico que lee mi padre por las mañanas, y fotos en primera página de mi pueblo, de la estación por la que solía pasar todos los días y que después de eso tuve que rodear al volver a casa de noche.
Claro que sé quien es, pero él no sabe quién soy yo.
Cuando sus cuencas vacías y llenas de visiones podridas se alinearon a mis borrosas lentes, lo vi con asombrosa claridad. Hace mucho tiempo de eso, y yo era aún una niña, de colegio primaria con mis trencitas apretadas y empapadas de colonia, con las rodillas peladas de golpes y caídas y camisetas de Digimon.
Junto a mis vecinas, al salir de clase acortábamos por la estación para llegar a casa a tiempo de ver los dibujos. Y estaba él. Y miraba. Nunca se acercó, ni habló con nosotras, no se atrevió a darnos nada ni a tocarnos. Pero no nos miraba como se mira a las niñas, nos miraba con ojos vacíos y la comisura de los labios entreabierta. Nos miraba cómo un hambriento mira el escaparate de una pastelería. Miraba a través de nosotras, nos desnudaba con ojos perversos, escondido desde el banco dónde yo, hace un segundo, estaba sentada con un pitillo en la boca y Aqualung en mis oídos.
Y ahora me mareo de asco. Porque veo cómo aparece una niña de nueve años, con trencitas apretadas y raspones en las rodillas y camiseta de lo que quiera que vean las niñas en la tele; con el pan debajo del brazo y la vuelta en monedas en sus deditos sudorosos e inocentes. Y le clava la mirada.
Y ya son las cuatro menos diez. ¡Cuánto dan de sí veinte minutos! Aparece el chófer con su uniforme y la cartera al hombro a arrancar la guagua.
Les perdí de vista. Me dio un vuelco al corazón pensando toda clase de barbaridades, cuando al girarme el hombre recoge las monedas que se le habían caído a la niña, con miedo en sus ojos las coloca sobre el banco, y las niña las recoge y sube a la guagua, que arranca y se va.
Acabo de perder mi guagua y ¡casi! el aliento. Qué mal rato, por favor.
La estación se queda vacía a excepción de nosotros dos. Ya no vuelvo a mi escondrijo. No soy capaz de volver al sitio donde se ocultaba el pedófilo, ya no veo ese banco de la misma forma. Me quedo de pie y le atravieso con la mirada.
Lo peor de todo es... la levedad, la falta de interés que fluye de su cuerpo hacia mi, que hace nueve años exactos miraba totalmente diferente.
No sé si intuye la mayoría de edad en mi carnet, no sé si sus cuencas vacías de emoción son capaces de ver que ya no llevo bragas con dibujitos de Teletubbies. No sé si intuye años de dolores menstruales, de masturbaciones a escondidas, de borracheras adolescentes y de laca de uñas negra, de carmín, de anti-ojeras. Nueve largos años de lecturas, películas, novios, novias, heteroflexibilidad, besos franceses, cajas de condones, retrasos, tacones, piercings y tintes y ceras y cuchillas.
El pedófilo se va. Y desde luego nadie va a echarle de menos, ni siquiera recuerdo ya otra cosa que no sea su jersey desteñido y sus cuencas vacías.
Pero me subo a mi guagua con la sensación de haber vomitado, algo que tienes en el estómago y te mata por dentro, y aunque el dolor de barriga se disuelve, el mal sabor de boca persiste.
lunes, 22 de junio de 2015
La señora de las palomas
martes, 14 de abril de 2015
Espantapájaros
Me gusta caminar por delante de él, lejos, como si fuera a mi dónde sus ojos se dirigen.
Llueve. El espantapájaros se está llenando de barro, y el agua le llega al nivel de sus tobillos de paja. Estático, deja sus piernas hechas de palo empaparse de agua.
lunes, 9 de marzo de 2015
El maniquí
No recuerdo el momento. Sentía cristales rotos en las palmas de las manos y el pavimento desprendía calor y humo que me embriagaba y hacía más difusos, aún si cabe, los rápidos instantes en que caí. No podía sospechar que mi espectáculo en el local iba a tener que posponerse.
Ilustración de I.R.H.
jueves, 29 de enero de 2015
Reflejada y herida
Me devuelve una imagen que no es mía, una caricatura grotesca de la persona que solía ser.
La herida abierta en el pecho aparece como cráter hacia el interior del volcán, apagado, que es mi cuerpo: lleno de cenizas y vacío de ellas a la vez, un corredor oscuro donde el horizonte se confunde, y fúndense el techo y el suelo del mismo patético color.
La herida camina, se mueve conmigo. Me pongo de perfil y se escurre a mi costado. Ahora se ven las costillas, hundidas en un deshecho de carne podrida y sangre seca. Me toco, me palpo, estiro la piel y no siento herida, pero duele, duele aunque el dolor no sea físico y el reflejo sea incorpóreo e inalmáreo.
Me tapo los ojos como una niña frente a la muerte fingida en la pantalla, y miro con morbo desde la barrera de mis manos cómo palpita la herida.
La herida me mira a mi como un adulto, sin barrera y sin morbo, como se mira desde encima del hombro a los niños que no han vivido, que no conocen el significado del dolor.
La muy puta me mira condescendiente como si ella, la herida, hubiera sufrido más que yo, como si detrás de la barrera de los dedos mis ojos no hubieran visto el pálpito, el interior del volcán vacío y las costillas descarnadas, como si el dolor fuera relativo y perteneciente a ella y no a mi.
¡El reflejo es mentira, es una sucia y repugnante obscenidad, que tiene como fin la herida!
La próxima noche no me miraré al espejo, pues hoy me meto en la cama con las manos envueltas en paños y ensortijadas de cristales rotos, piedras preciosas que la ira se encarga de pulir.
El reflejo se enquista en mis manos de niña y me infectan del desgraciado dolor todo el cuerpo.
Pero mientras tanto la barrera aún funciona, y acerco mis manos heridas a los ojos, que ya no ven la pantalla.
miércoles, 21 de enero de 2015
De puntillas sobre un hilo
Camino de puntillas sobre un hilo. Pero no es un hilo suave, teñido por manos amigas en fábricas legales, no une partes de tela formando abrigo cálido, no remienda trozos de piel separados por el filo del bisturí.
Es hilo manchado en sangre, en sudor, en lágrimas ácidas que forman torrentes en ojos tristes. Y ahora corta mis pies, me separa del suelo.
Observo cómo el final aparece y los créditos corren raudos por la pantalla. Me da las gracias por aparecer en la película, pero en ningún momento tengo el papel principal. Mi nombre aparece en letra pequeña, borroso cual ojos miopes que, a través de unas lentes, hipermetropan el mundo.
Yo no dejo huellas en él, permanece más allá del tiempo y de la levedad humana, es el hilo el que forma cicatriz en mi.
Es hilo de cobre, atrae más que la luz a las polillas y deja sin luz a la ciudad (irónico).
Es hilo de rafia que aprisiona tu alma en un saco, la dobla, la engulle y te la roba, y la transporta junto a otras iguales y distintas a ser expuestas en mercados, pesadas, valoradas y vendidas.
Es hilo rojo anudado en el dedo meñique, aferrado al corazón y a la esperanza. Tiras y tiras de él, buscas el mismo nudo en otros dedos hasta que llegas al borde de un callejón y encuentras el otro extremo, cortado.
Rojo es el hilo y roja se vuelve la vista, y las mejillas que descubren el dolor, y las pupilas dilatadas de llorar.
El hilo de plata, el último, el que viene tras el descubrimiento del rojo, te cubre con ostentación. Orgullosa paseas por la pasarela -talón, punta, talón, punta... - roza el tacón, forma una llaga, mella los pies sobre los que te has sostenido hasta ahora y te acercas al escenario de escenarios. Espectáculo circense. Y camina, pequeña, no hay red debajo pero no se vuelve atrás.
Camino de puntillas sobre un hilo.
Mis pies tiemblan a cada paso, mi mente vuela, imagina una proa de carabela. Detrás apunta el filo de una espada. Debajo aletas dorsales circulan amenazantes, como si adivinaran la cena en un resbalón, en pies mellados de toda una vida atravesando el hilo.
Respira. No hay barco, no hay aletas, no hay espectadores. Estás sola. Avanza. El hilo se mueve. Pero los pies se amoldan y atraviesan el camino.
Camino de puntillas sobre un hilo.
¿Se acaba el hilo? ¿Solamente queda la bobina vacía, perdida en el costurero? No. No. La piel se vuelve hilo, los músculos, tendones, huesos, el pelo. Los sentimientos se vuelven hilo manejados en curtidas manos sabias de costurera.
Y serás abrigo cálido y reunirás trozos de piel separados. Serás hilo. Vida.
miércoles, 29 de octubre de 2014
Monó-¿logos?
https://www.youtube.com/watch?v=aFOrFfORBxw