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jueves, 5 de mayo de 2016

Alonso contra los molinos

Se bajó de la limusina con todo el glamour que le caracterizaba, que le había dado la merecidísima fama de la que hacía ostentación siempre que podía. Desde luego, sus ingresos le permitían alquilar un cadillac, conductor incluido (¡sólo faltaba!) para pasearse delante de sus compañeros de trabajo.

- Bueno, bueno, bueno... mirad quién está aquí, ¡el papi ha vuelto! - exclamó, mientras se abría paso como un tornado por la oficina, criticando a todos y cada uno de sus colegas - Oh please, Pedro, ¡esas puntas, niña! ¿Te esfuerzas en que estén tan abiertas o intentas un look casual? Ya veo que no has mejorado nada el ombré hair, Ginés, ¿no puede uno tomarse unas vacaciones sin que le hundan el negocio?

Por supuesto, nuestro amigo Alonso estaba exagerando. Quijana's, negocio familiar que empezó siendo la más afamada mercería de toda Castilla-La Mancha, tornó en diferentes establecimientos hasta llegar a 1980, año en que Alonso tomó las riendas. Cabe decir que la corriente tienducha de ropa que heredó de su padre cuando era sólo un muchacho, alcanzó tal fama que hoy en día es un referente en la moda, nacional e internacional.
Así, nuestro amigo Alonso volvía a su despacho en algún lugar de La Mancha, cuyo nombre nunca revela en las entrevistas, por si las cartas de sus admiradores llegaran a sepultar su bello y operadísimo rostro.

- ¡Toc, toc! - Santxi, el joven compañero de Alonso, entró acompañado de la secretaria - ¡Cuánto te he echado de menos, cariño! - se besaron y abrazaron ante la tierna y un poco triste mirada de la joven, que deja un informe en la mesa y se retira dejándolos solos.

- Mi madre te manda muchos besitos, mi padre... bueno, ya sabes lo que opina de los maricas y los socialistas - estalla en carcajadas nerviosas - está enfadadísimo porque en las últimas elecciones perdieron diputados los nacionalistas, así que no le hablé mucho de... nosotros. Bueno, ¿cómo te fue son los gabachos? ¿Alguna modelo que valiera la pena?

- No, mi niño, cómo no me hagan una a medida nos quedamos sin campaña, ay señor, qué estrés... - bebe un trago de su copa de champán - ¿cuándo le vas a contar a tu padre que nos casamos? Yo dejé de hablar con el mío por acabar mi relación con Dulci y...

- Ay, ¿a que no sabes con quién está Dulci ahora? No te lo vas a creer, ¡es tan fuerte!
- ¡Dímelo, me va a dar algo! - Con Nicolás, aquel de la facultad que se cambió a Derecho, y no lo acabó y se metió en política y ahora es diputado del PP -¡No! - Sí, cómo te lo digo, están comprometidos, se lo dijo a mi madre la vecina de la suegra de Dulci, ¡así que es oficial! Imagínate mi cara cuando mi madre me lo contaba, casi no pude aguantarme la risa, ¡qué mal rato pasé! - vuelve a reírse con voz grave de fumador, mientras Alonso tiene que sentarse en el sofá, la noticia le ha dejado impactado. Bebe el último trago de su copa de champán y la deja en la mesa. El informe de la secretaria queda manchado con una cicatriz circular. - Ay, mierda... - susurra, como hablando consigo mismo.

- Luego te veo cielo, voy a hacer unas compritas y a preparar algo de almorzar. Santxi desaparece del despacho, moviendo su abundante trasero embutido en leggins, al ritmo de la música tecno rumba que tanto apasiona a su novio.

Alonso toma un abrecartas con sus iniciales grabadas en plata, regalo de su abuelo en su época de la universidad, y abre el inflado sobre marrón. Saca sus gafas del maletín y se las coloca en la parte más afilada de la nariz. Acerca y aleja los papeles hasta que consigue leer la letra (los años no pasan en balde, ni siquiera para nuestro celebérrimo amigo). Deja caer la ristra de papeles por sus huesudas rodillas, se queda mirando a las musarañas durante un instante interminable y se derraman las primeras lágrimas de sus ojos vetustos.

Usando todo el aplomo que ha adquirido en su papel de jefe de empresa, se seca las lágrimas con el pañuelo de seda violeta, lo guarda de nuevo en el bolsillo del chaqué y se aplica unos toques de corrector para tapar su tristeza. Sale del despacho.

En la radio deja de sonar, por una vez, las canciones de Camela que siempre sintoniza Alonso, y las noticias de la tarde se abren camino: “La ley, propuesta por los ámbitos más conservadores de la cámara de gobierno del Estado Español, conocida coloquialmente como Ley de los Molinos, ha sido aprobada esta mañana por mayoría de votos. A día de hoy, Marzo del 2016, una ley en contra de los matrimonios homosexuales entra en vigor, ilegalizando la unión entre personas del mismo sexo e invalidando los matrimonios de estas características dentro de nuestras fronteras. No han servido de nada las masivas manifestaciones que tuvieron lugar delante de la Moncloa, ni las miles de firmas recogidas en contra de la ley. En el próximo mes de Abril comienza la...”

Alonso, con el rímel llegando a sus pómulos, se abalanza sobre Santxi cuando éste entra por la puerta con el almuerzo y emborrona los restos del eyeliner marrón en la camiseta de su casi marido.

- ¡Ay, Santxi! Ay, san Pancracio bendito! ¿No has oído las noticias? Apestados, Santxi, somos unos apestados por querernos, por pedir una cosa tan simple como es una boda, con sus flores, sus anillos, su catedral barroca... Ay, Santxi, molinos. ¿Lo puedes creer? Yo, que crecí al lado de uno, escuchando el ruido que hacen las aspas contra el viento, mirando la sombra de sus brazos gigantes desde la cama, cómo ángeles que cuidaban mis sueños de chiquito... Luchar contra los molinos, ¡me obligan a mí esos hediondos a luchar contra los molinos! ¡Pues lo haré, Santxi, aunque tenga que ir a embestirlos con una lanza, montado en un caballo flaco y vestido de hidalgo, con la cota de malla de mi bisabuelo! Si pueden hacerlo Dulci y Nicolás, ¿por qué nosotros no?

Y Alonso Quijana y su fiel compañero (y casi marido) Santxi emprendieron una larga lucha por lo que ellos creían correcto, por sus derechos, por su ansiada boda y por el reconocimiento de su amor, en una sociedad en la que los Molinos se convierten en enormes gigantes que custodian las puertas de la libertad.

miércoles, 19 de agosto de 2015

Piel (III)

Tenía nueve años
y me tocaba las manos

con las yemas de sus dedos
me rozaba la piel hasta erizarme

llegó nueva al colegio -pero-
era ya antigua en mi vida

leía mi mano y sus caminos
letras volubles como el humo

salían de mis palmas
y ella las inspiraba.

Trazaba con el borde de las uñas
las líneas imantadas

y siempre mi mano y su mirada
el ceño fruncido analizando

mis manos goteando de sudor
las suyas frías sosteniéndolas.

Mientras el tiempo nos vió pasar
sentada siempre a mi vera,

mis manos nunca fueron para ella
otra cosa que libros abiertos,

compilación de cuentos
y antología poética

con dos niñas
de personaje principal.

Escribo con diecinueve,
Vera ya no me lee las manos

con su ausencia las páginas
se arrancaron

la tinta me la absorbió la piel
y las letras se borraron

pero volteo las palmas
y leo su nombre.

jueves, 2 de julio de 2015

El pedófilo de la estación

Suelo sentarme en la parte más alejada de la estación de guaguas, el banco antisocial, desde el cual puedo ver todo sin necesidad de participar activamente en el acto social, en la conversación e intercambio. Y esta vez no se trata de una excepción, me recosté con un pitillo en los labios, en mi sitio habitual, y esperé.
Un hombre de mediana edad, con un jersey de colores que una vez pudieron ser vivos y chillones, con manchas y descosidos, caminaba en círculos. Pero caminaba en círculos cerrados, nervioso, mirando a su alrededor y comprobando toda persona que pasaba. Las cuatro menos veinte, apenas hay en la parada dos chicas de mi edad y una señora mayor, las ignora y a mí no me ve en mi escondrijo.
Me suena de algo. No su cara, que por mi miopía no llego a distinguir y se me aparece difuminada como los colores de su jersey, sino esos nervios, los pasos torpes en círculos, el crujir de sus manos retorcidas y esa expectación, ese buscar algo que no llega.
Las cuatro menos cuarto. La canción que taladra mi cabeza se acaba, el sol está un poquito más cerca y me da en plena cara, gotitas de sudor me recorren la espalda y me muevo hacia la sombra. Me levanto y mis ojos se cruzan con los del hombre, y me mareo. Sé quien es, por supuesto que lo sé.
Vuelan en mi mente fragmentos de conversaciones: mi madre diciéndome que volviera a casa temprano, dando un rodeo para no atravesar la estación. Unas señoras jóvenes, a la puerta del colegio, comentando indignadísimas muchas cosas que se oían por ahí y que yo por mi edad no pude entender. El periódico que lee mi padre por las mañanas, y fotos en primera página de mi pueblo, de la estación por la que solía pasar todos los días y que después de eso tuve que rodear al volver a casa de noche.
Claro que sé quien es, pero él no sabe quién soy yo.
Cuando sus cuencas vacías y llenas de visiones podridas se alinearon a mis borrosas lentes, lo vi con asombrosa claridad. Hace mucho tiempo de eso, y yo era aún una niña, de colegio primaria con mis trencitas apretadas y empapadas de colonia, con las rodillas peladas de golpes y caídas y camisetas de Digimon.
Junto a mis vecinas, al salir de clase acortábamos por la estación para llegar a casa a tiempo de ver los dibujos. Y estaba él. Y miraba. Nunca se acercó, ni habló con nosotras, no se atrevió a darnos nada ni a tocarnos. Pero no nos miraba como se mira a las niñas, nos miraba con ojos vacíos y la comisura de los labios entreabierta. Nos miraba cómo un hambriento mira el escaparate de una pastelería. Miraba a través de nosotras, nos desnudaba con ojos perversos, escondido desde el banco dónde yo, hace un segundo, estaba sentada con un pitillo en la boca y Aqualung en mis oídos.
Y ahora me mareo de asco. Porque veo cómo aparece una niña de nueve años, con trencitas apretadas y raspones en las rodillas y camiseta de lo que quiera que vean las niñas en la tele; con el pan debajo del brazo y la vuelta en monedas en sus deditos sudorosos e inocentes. Y le clava la mirada.
Y ya son las cuatro menos diez. ¡Cuánto dan de sí veinte minutos! Aparece el chófer con su uniforme y la cartera al hombro a arrancar la guagua.
Les perdí de vista. Me dio un vuelco al corazón pensando toda clase de barbaridades, cuando al girarme el hombre recoge las monedas que se le habían caído a la niña, con miedo en sus ojos las coloca sobre el banco, y las niña las recoge y sube a la guagua, que arranca y se va.
Acabo de perder mi guagua y ¡casi! el aliento. Qué mal rato, por favor.
La estación se queda vacía a excepción de nosotros dos. Ya no vuelvo a mi escondrijo. No soy capaz de volver al sitio donde se ocultaba el pedófilo, ya no veo ese banco de la misma forma. Me quedo de pie y le atravieso con la mirada.
Lo peor de todo es... la levedad, la falta de interés que fluye de su cuerpo hacia mi, que hace nueve años exactos miraba totalmente diferente.
No sé si intuye la mayoría de edad en mi carnet, no sé si sus cuencas vacías de emoción son capaces de ver que ya no llevo bragas con dibujitos de Teletubbies. No sé si intuye años de dolores menstruales, de masturbaciones a escondidas, de borracheras adolescentes y de laca de uñas negra, de carmín, de anti-ojeras. Nueve largos años de lecturas, películas, novios, novias, heteroflexibilidad, besos franceses, cajas de condones, retrasos, tacones, piercings y tintes y ceras y cuchillas.
El pedófilo se va. Y desde luego nadie va a echarle de menos, ni siquiera recuerdo ya otra cosa que no sea su jersey desteñido y sus cuencas vacías.
Pero me subo a mi guagua con la sensación de haber vomitado, algo que tienes en el estómago y te mata por dentro, y aunque el dolor de barriga se disuelve, el mal sabor de boca persiste.

lunes, 22 de junio de 2015

La señora de las palomas

Su tez curtida, más por la vida que por el efecto del sol, hace difícil adivinar si se encuentra entrando en los sesenta, o pasándolos muy dignamente. En un lapso de diez minutos sentadas ambas bajo el alero de una parada de guagua, me reveló su pasión por los pájaros, que se remonta a una solitaria niñez en el campo. El canto de un gallo abría sus ojos de madrugada, cuando en lo alto del cielo aún no se había escondido el brillo de la luna y el sol era un rubor magenta saliendo por el este, y el chirrido de las botas de trabajar de su padre era la única cacofonía que perturbaba la paz del hogar. Contaba la señora, que tuvo la suerte de ir al colegio, aún siendo una mujer en una época profundamente machista, y aprendió a leer y a escribir, aunque -decía, intentando leer desde el rabillo de sus gastados ojos el contenido de Tristana, a medio abrir en mi regazo- que muchas de las cosas básicas se le habían ido borrando, difuminando como la tinta de un libro que se adhiere más a los dedos, a los ojos, a la mente del que lee que al soporte del papel. Leí unos renglones en alto, mientras la señora sacaba del bolso una bolsita de semillas y las esparcía al suelo, silbando y atrayendo con aspavientos a decenas de picos hambrientos, que nos rodearon moviendo sus rosadas patitas entre el banquete que había preparado la señora. Con los ojos fijos, y la cabeza en otro lado, me contó que su marido hacía poco había fallecido pero no le guardaría luto, que el luto se lleva dentro, mi niña, que no hay necesidad de estropear los pocos trapos que tiene en tinta negra y desolada. Le dí la razón y quedamos en silencio, roto solamente por el aullar de las tórtolas que se disputaban el sustento. Correteando como sus aves, se disparó la lengua de la señora y se sucedieron escenas de su vida en que habían aparecido los pájaros: los periquitos del tío Miguel, las palomas mensajeras que visitaban con gramáticos mensajes en sus patitas el alféizar de su colegio, el loro que fue la primera mascota de su hija, nuevamente palomas que ensuciaban los cristales del coche y hacían enfurecer a su marido... Una tras otra, las palabras evocaban imágenes en su mente, vívidas y coloridas como su sonrisa al recordar en compañía; pero también me sugerían a mí misma escenas de mis vidas pasadas, de los cernícalos volando a ras de mi ventana, de la abuela gritando que al canario se lo comían, que esta vez si se lo comen, que el pobrecito no hace sino cantar y no se cuida de defenderse del cernícalo. Las palomas con ramitas de olivo del día de la paz, de la película de Hitchcock en casa de unas amigas y el miedo al salir y ver las gaviotas sobrevolando nuestras cabezas.
La realidad nos despertó a las dos de un plumazo, el estruendo del motor de las guaguas arrancando nos levantó del asiento y replegó las palomitas como si de un vendaval se tratase. Nos miramos sonriendo, juntamos nuestras manos con calidez y nos despedimos con un cariñoso saludo.
Desde mi asiento en la guagua del norte, vi a la señora subiendo con dificultad los peldaños de su transporte hacia la playa, y me embargó la sensación de conocerla, de haberla visto antes, de haber conocido su vida o algún punto de ella. Y deseé haberle preguntado su nombre. Una persona extraordinaria no puede quedarse sólo con el sobrenombre de "la de los pájaros". 
Y abriendo mi libro de nuevo, lo vi muy claro. Esa señora era Tristana, mi Tristana.

martes, 14 de abril de 2015

Espantapájaros

Erguido en medio de un campo, con la mirada perdida en mundos que nadie más puede ver, vive y existe el espantapájaros.
Dicen de él que una vez fue hombre, aunque en su cara ya no quede rastro de humanidad, dicen que por sus pupilas pasaron cientos de civiles moviéndose en contra de la guerra. Todo el mundo dice. Pero él no dice nada. Los niños a veces pasan por ese campo después del colegio, y se quedan plantados, imitándole, en busca de una reacción en su cuerpo. Y esa reacción nunca aparece.
Me gusta caminar por delante de él, lejos, como si fuera a mi dónde sus ojos se dirigen.
Llueve. El espantapájaros se está llenando de barro, y el agua le llega al nivel de sus tobillos de paja. Estático, deja sus piernas hechas de palo empaparse de agua.
Una pluma roza sus dedos, traída por el viento, una pluma triste haciendo círculos en el aire. 
Los restos de un pajarito encallan a sus pies, náufrago apegado a una tabla luego de un largo viaje por el lodo. 
En los ojos del espantapájaros se asoma una lágrima, que se funde con la lluvia resbalando hacia su barbilla. 
Milagrosamente, el espantapájaros se movió, orbitó todo su pesado cuerpo hacia el pájarito y en una ráfaga de viento, se desplomó en el suelo y se dejó absorber por la tierra.
Los restos del pajarito quedaron enterrados por el cuerpo del espantapájaros, y ambos se hicieron uno bajo la lluvia.
A la mañana siguiente había dejado de llover y, en lugar del espantapájaros se encontraba una pequeña montañita de paja y trozos de madera. 
Cuando los pájaros llegaron volando al campo no encontraron obstáculo y lo arrasaron. Nunca volvió a crecer nada en el campo, ni ningún pájaro volvió a regalar su canto a los niños después de la escuela.
Y donde había pasado sus últimos días el espantapájaros creció una pequeña flor del color de su cara, girada hacia el horizonte, dónde se perdían sus ojos.

lunes, 9 de marzo de 2015

El maniquí


No recuerdo el momento. Sentía cristales rotos en las palmas de las manos y el pavimento desprendía calor y humo que me embriagaba y hacía más difusos, aún si cabe, los rápidos instantes en que caí. No podía sospechar que mi espectáculo en el local iba a tener que posponerse.
Las putas no le importan a nadie, somos exactamente el tema que no hay que sacar a relucir en una cena que esperamos amena y agradable. Solamente existimos para un pequeño sector en la sociedad, eso sí, como mercancía y moneda de cambio.
Me estoy poniendo filosófica. No era mi intención, sólo intento evadirme de donde estoy ahora mismo. He estado desnuda delante de innumerables personas, pero únicamente hoy, en este mismo instante me siento de verdad expuesta. Y no, no me gusta nada. Pero no puedo hacer nada para remediarlo.
Huele a hospital, a lejía, a amoniaco. A sangre, suero, alcohol. A esperanzas vacías y a dolor. Huele a muerte en toda su expresión. Las moscas se pasean con gusto por la línea de cuerpos que, como el mío, descansan boca arriba sin más ropa que la propia piel. Y en algunas ni siquiera esto, podridas como estaban.
El espectáculo a mi alrededor es tan triste como macabro y surrealista. Es una obra de teatro en que el secundario, ebrio de furia, dispara su revólver de mentira hacia el protagonista y lo mata, dejando perplejos a los espectadores, que no saben si el rojo del suelo es mermelada o sangre derramada.
No me han dicho por qué estoy aquí, pero lo sé de sobra y ni una palabra va a salir de mis labios sellados, más por la resignación que por el miedo.
Cruel broma del destino, que de haber elegido desnudarme frente al mundo han decidido cubrirme de ropa, ellos. Pronombre, tercera persona, ajenos a mí. Moldean mi cuerpo, doblan mis extremidades, encorsetan todas femineidades que una vez me convirtieron en mujer, persona, y me descarnan, desgarran sin dolor toda la piel y la cubren con plástico, tóxico, tan artificial como inherentemente humano.
Un círculo de operarios - sí, han perdido el estatus de personas, son máquinas elaborando un artículo manufacturado- me rodean, sosteniendo sus herramientas, sin hablar entre ellos, empiezan a cubrirme, a producirme.
Echo un vistazo a mi alrededor. Por un lado cuerpos y cuerpos ordenados según acaban de procesarse, en cintas transportadoras que llevan a cajas, que llevan a camiones, que salen por la puerta a satisfacer una necesidad. Por otro lado, trabajadores llevando a gente como yo en brazos, éstos inconscientes, aún con el dolor latiendo en la nuca y la sangre que empieza a secarse.
Sellan mi boca. Me río, pues nunca he dicho nada que pudiera ser objeto de un control hacia mis palabras, y empiezo a arrepentirme de ello.
Taponan mis oídos. Revivo las veces en que caminaba por la montaña con mi padre, antes de tomar mi decisión, antes de desnudar mi cuerpo, cuando aún era su hija. Al llegar arriba los sonidos pasaban por mis oídos como un filtro, como si la naturaleza fuera lejana y solamente importase el ahora.


Mis manos hace tiempo que no se mueven y las lágrimas corren sin obstáculo por mi cara. Lo último que veo es el reverso de la máscara, que se acerca a mi rostro, y me gustaría que fuera un sueño, me gustaría despertar ahora en la cama que abandoné hace unas horas para hacer no recuerdo qué.


Ilustración de I.R.H.

jueves, 29 de enero de 2015

Reflejada y herida

Esta noche me miro al espejo, y no se dónde termina el reflejo.
Me devuelve una imagen que no es mía, una caricatura grotesca de la persona que solía ser.
La herida abierta en el pecho aparece como cráter hacia el interior del volcán, apagado, que es mi cuerpo: lleno de cenizas y vacío de ellas a la vez, un corredor oscuro donde el horizonte se confunde, y fúndense el techo y el suelo del mismo patético color.
La herida camina, se mueve conmigo. Me pongo de perfil y se escurre a mi costado. Ahora se ven las costillas, hundidas en un deshecho de carne podrida y sangre seca. Me toco, me palpo, estiro la piel y no siento herida, pero duele, duele aunque el dolor no sea físico y el reflejo sea incorpóreo e inalmáreo.
Me tapo los ojos como una niña frente a la muerte fingida en la pantalla, y miro con morbo desde la barrera de mis manos cómo palpita la herida.
La herida me mira a mi como un adulto, sin barrera y sin morbo, como se mira desde encima del hombro a los niños que no han vivido, que no conocen el significado del dolor.
La muy puta me mira condescendiente como si ella, la herida, hubiera sufrido más que yo, como si detrás de la barrera de los dedos mis ojos no hubieran visto el pálpito, el interior del volcán vacío y las costillas descarnadas, como si el dolor fuera relativo y perteneciente a ella y no a mi.
¡El reflejo es mentira, es una sucia y repugnante obscenidad, que tiene como fin la herida!
La próxima noche no me miraré al espejo, pues hoy me meto en la cama con las manos envueltas en paños y ensortijadas de cristales rotos, piedras preciosas que la ira se encarga de pulir.
El reflejo se enquista en mis manos de niña y me infectan del desgraciado dolor todo el cuerpo.
Pero mientras tanto la barrera aún funciona, y acerco mis manos heridas a los ojos, que ya no ven la pantalla.

miércoles, 21 de enero de 2015

De puntillas sobre un hilo

Camino de puntillas sobre un hilo. Pero no es un hilo suave, teñido por manos amigas en fábricas legales, no une partes de tela formando abrigo cálido, no remienda trozos de piel separados por el filo del bisturí.
Es hilo manchado en sangre, en sudor, en lágrimas ácidas que forman torrentes en ojos tristes. Y ahora corta mis pies, me separa del suelo.
Observo cómo el final aparece y los créditos corren raudos por la pantalla. Me da las gracias por aparecer en la película, pero en ningún momento tengo el papel principal. Mi nombre aparece en letra pequeña, borroso cual ojos miopes que, a través de unas lentes, hipermetropan el mundo.
Yo no dejo huellas en él, permanece más allá del tiempo y de la levedad humana, es el hilo el que forma cicatriz en mi.
Es hilo de cobre, atrae más que la luz a las polillas y deja sin luz a la ciudad (irónico).
Es hilo de rafia que aprisiona tu alma en un saco, la dobla, la engulle y te la roba, y la transporta junto a otras iguales y distintas a ser expuestas en mercados, pesadas, valoradas y vendidas.
Es hilo rojo anudado en el dedo meñique, aferrado al corazón y a la esperanza. Tiras y tiras de él, buscas el mismo nudo en otros dedos hasta que llegas al borde de un callejón y encuentras el otro extremo, cortado.
Rojo es el hilo y roja se vuelve la vista, y las mejillas que descubren el dolor, y las pupilas dilatadas de llorar.
El hilo de plata, el último, el que viene tras el descubrimiento del rojo, te cubre con ostentación. Orgullosa paseas por la pasarela -talón, punta, talón, punta... - roza el tacón, forma una llaga, mella los pies sobre los que te has sostenido hasta ahora y te acercas al escenario de escenarios. Espectáculo circense. Y camina, pequeña, no hay red debajo pero no se vuelve atrás.
Camino de puntillas sobre un hilo.
Mis pies tiemblan a cada paso, mi mente vuela, imagina una proa de carabela. Detrás apunta el filo de una espada. Debajo aletas dorsales circulan amenazantes, como si adivinaran la cena en un resbalón, en pies mellados de toda una vida atravesando el hilo.
Respira. No hay barco, no hay aletas, no hay espectadores. Estás sola. Avanza. El hilo se mueve. Pero los pies se amoldan y atraviesan el camino.
Camino de puntillas sobre un hilo.
¿Se acaba el hilo? ¿Solamente queda la bobina vacía, perdida en el costurero? No. No. La piel se vuelve hilo, los músculos, tendones, huesos, el pelo. Los sentimientos se vuelven hilo manejados en curtidas manos sabias de costurera.
Y serás abrigo cálido y reunirás trozos de piel separados. Serás hilo. Vida.

miércoles, 29 de octubre de 2014

Monó-¿logos?

Pip.
Pip.
Pip.
Un radar. Es el mecanismo para encontrar toda clase de cosas debajo del agua. Funciona sólo cuando te mueves, así que descansa, respira despacio, concéntrate en no moverte. El barco pasa de largo. Pasará.
Diooooos. Solo de guitarra maravilloso...
¿Quién llama a su grupo fluido rosa? ¿Y qué clase de fluido es rosa? Debieron mezclar la mahonesa con ketchup y ahí descubrieron la pólvora.
"Overhead The Albatross Hangs Motionless Upon The Air"
Joder con el puto pájaro. ¿Ese es uno de los más grandes del mundo, no? Son mejores que las avestruces, casi se cargan a Cash. Si no fuera por el cinturón. Quién lo diría...
En fin. Que no quiero vivir. Quiero ser uno de esos pájaros que salen en los cuadros japoneses antiguos, sobrevolando un paisaje pintado al óleo, colgando del aire azul. Azul porque blue -no por el color, en el sentido inglés de la palabra. Quiero ser un blues expulsado de los cortados labios de un esclavo recogiendo algodón, como nubecitas paridas por unas flores sin vida.
"And Deep Beneath the Rolling Waves in Labyrinths of Coral Caves"
Toda la vida pensando que los corales son vegetales marinos y fíjate, sociedades de animales que viven en comunidad. Como nosotros. Pero nosotros podemos sobrevivir solos, a mi no me hacen falta los demás, tengo mi propia compañía. 
Como un laberinto, claro. El laberinto de la compañía, de las relaciones sociales y... ¡No! el laberinto es el propio cuerpo, la mente de cada uno. Se forma laberinto cuando intentamos recorrer cada uno de los pasillos y recovecos que lo componen, pero no se puede llegar al final. Sólo se puede leer a Kant(Y cabrearse y leer a Nietzsche para compensar)
"An Echo Of A Distant Time Comes Willowing Across The Sand And Everything Is Green And Submarine"
Ecos del pasado. Prácticamente todo mi presente es eco del pasado. ¿No dicen que el presente es ya el futuro? Si, estoy hablando ahora y ya es mañana. Pues por un regla de tres, los ecos de mi pasado son reflejos de mi futuro. 
Y la arena, piedra fragmentada por las olas, aparece ante mi ser como metáfora de la humanidad: entes en carne moldeados por las circunstancias y ¿por qué no? también por la agonía del propio nacer, de la antonimia de la nada, del no existir.
Pero tienen razón estos chicos, todo es verde y submarino, todo lo superficial, la punta del iceberg es nimia. Nadie puede entender lo que hay debajo, nadie es marino de lo Sub-...
"And No One Called Us To The Land"
Y suena el teléfono. Mamá. Quiere saber si voy a estar para la hora de comer. Puede que llegue a esa hora, o puede que no. Depende de la aguja del tocadiscos, el momento en que falte el contacto con el vinilo.
"And No One Knows The Wheres Or Whys"
Ni siquiera yo misma lo sé, pero tiene que ser así. Lo veo en el espejo, lo oigo cuando salgo a la calle, lo siento cuando rozan mis dedos contra el metal afilado, lo saboreo con la punta de la lengua, (sí, exactamente con la puntita de la lengua porque es ahí donde se siente lo dulce, dulce antítesis de la amargura del corazón), lo huelo como un sudor frío que recorre mi cuerpo.
"Something Stirs And Something Tries"
El final, que es solamente el principio, y viceversa. Ya lo había intentado demasiado, no hay nuevos intentos ahora: se hace o no se hace, pero no hay piedad para un proyecto fallido. 
...
Ya está. Rápido como la primera Impresión, e igual de implacable. En diagonal, como una geometrización de la charcutería, láminas y láminas de arte cubista en el propio cuerpo. Y profundas."Starts To Climb Toward The Light."
El sonido del motor del Chevy del 73, la aguja en el tocadiscos separada del maravilloso Live at Pompeii, el silencio que acude a mis oídos como sonidos celestiales y de pronto la llave en la cerradura, dos giros a la derecha, afonía de zapatos de tacón percutiendo la madera del suelo, escalones que se suceden mecánicamente, la voz de mamá -Hija, ¿estás en casa?...
Sí mamá, pero por poco tiempo. No te dejé una nota, se me acaba de ocurrir que fuese una buena idea, pero ya no hay tiempo.
Se pone en marcha el automático del tocadiscos. Sigue la canción por la segunda parte, y adiós.

-Cielo, estás en tu habitación? Voy a pasar...

Adiós.


"Strangers Passing In The Street By Chance Two Separate Glances Meet. And I Am You And What I See Is Me..."



https://www.youtube.com/watch?v=aFOrFfORBxw

viernes, 3 de enero de 2014

Las cadenas y el óxido del amor



Abres los ojos y encuentras unas cadenas que te aprisionan. Los largos eslabones de hierro se funden con tu cuerpo sin que puedas librarte de ellos, por mucho tiempo que pierdas forcejeando. Y levantarse de la cama es un esfuerzo tan grande en un fin de semana… Pero la curiosidad puede contigo y saltas de la cama con un impulso felino, un deseo ambiguo de saber qué hay al otro extremo de tus grilletes.
Recorres un pasillo frío, que no te resulta nada familiar a pesar de haber crecido correteando por él. El sonido de una gotera al final del corredor no te ayuda a tranquilizarte, así como el hecho de que las cortinas no dejen translucir un mísero rayo de luz.
Un sonido metálico te hace saltar el corazón en el pecho, la espalda se recubre de un sudor frío y las mejillas pierden el color lozano de las chicas jóvenes como tú.
Ves como una figura humana avanza hacia ti, se hace más corpulenta a medida que se acerca e infunde verdadero pánico, pero no puedes gritar. El nudo que se ha formado en tu garganta ahoga todos los sonidos, te ahoga a ti. Te falta el aire. Notas la boca seca. Las rodillas ceden a la presión y caes a los pies de la horrible criatura que ahora está a escasos centímetros, y puedes sentir el óxido de sus labios en tu cara. Pero no abres los ojos, no abres los ojos…
Entre silenciosas lágrimas despiertas en tu cama, escaparate de cientos de peluches con caritas redondas y alegres, de cojines mullidos de colores pastel y cómodas sábanas de franela.
“Una pesadilla” y te levantas descansada a darte una ducha de 5 minutos, antes de desayunar y coger el transporte para ir al instituto. Te sientas junto a un chico agradabilísimo en el autobús, chica con suerte.
Y durante todo el día, en las clases y ahora que vuelves a casa te sientes libre, una muchacha del siglo XXI, una triunfadora, un individuo independiente en la sociedad moderna europea.
Pero vuelve el sonido metálico, está ahora en tu cabeza. Los escalofríos recorren tu espalda y el último vello del cuerpo se eriza al recordar ese sueño estúpido de esta mañana. Se acerca una figura corpulenta hacia el asiento libre a tu lado. Tiemblas. Es el chico de esta mañana. Olvidas el sueño. “Pero qué mono que es” y entabláis una conversación animadísima de cualquier cosa que se os ocurre.
Te bajas en la estación, con el móvil del chico amabilísimo en el bolsillo de la chaqueta -última moda invernal, anunciada en la tele en horario +18- y resuelta entras en el portal de casa, pensando en cuándo le llamarás y cuál será la excusa.
Las cadenas empiezan a formarse, el óxido se palpa en el aire, el sueño no es tan irreal…