No recuerdo el momento. Sentía cristales rotos en las palmas de las manos y el pavimento desprendía calor y humo que me embriagaba y hacía más difusos, aún si cabe, los rápidos instantes en que caí. No podía sospechar que mi espectáculo en el local iba a tener que posponerse.
Las
putas no le importan a nadie, somos exactamente el tema que no hay
que sacar a relucir en una cena que esperamos amena y agradable.
Solamente existimos para un pequeño sector en la sociedad, eso sí,
como mercancía y moneda de cambio.
Me
estoy poniendo filosófica. No era mi intención, sólo intento
evadirme de donde estoy ahora mismo. He estado desnuda delante de
innumerables personas, pero únicamente hoy, en este mismo instante
me siento de verdad expuesta. Y no, no me gusta nada. Pero no puedo
hacer nada para remediarlo.
Huele
a hospital, a lejía, a amoniaco. A sangre, suero, alcohol. A
esperanzas vacías y a dolor. Huele a muerte en toda su expresión.
Las moscas se pasean con gusto por la línea de cuerpos que, como el
mío, descansan boca arriba sin más ropa que la propia piel. Y en
algunas ni siquiera esto, podridas como estaban.
El
espectáculo a mi alrededor es tan triste como macabro y surrealista.
Es una obra de teatro en que el secundario, ebrio de furia, dispara
su revólver de mentira hacia el protagonista y lo mata, dejando
perplejos a los espectadores, que no saben si el rojo del suelo es
mermelada o sangre derramada.
No me
han dicho por qué estoy aquí, pero lo sé de sobra y ni una palabra
va a salir de mis labios sellados, más por la resignación que por
el miedo.
Cruel
broma del destino, que de haber elegido desnudarme frente al mundo
han decidido cubrirme de ropa, ellos. Pronombre, tercera persona,
ajenos a mí. Moldean mi cuerpo, doblan mis extremidades, encorsetan
todas femineidades que una vez me convirtieron en mujer, persona, y
me descarnan, desgarran sin dolor toda la piel y la cubren con
plástico, tóxico, tan artificial como inherentemente humano.
Un
círculo de operarios - sí, han perdido el estatus de personas,
son máquinas elaborando un artículo manufacturado- me rodean,
sosteniendo sus herramientas, sin hablar entre ellos, empiezan a
cubrirme, a producirme.
Echo
un vistazo a mi alrededor. Por un lado cuerpos y cuerpos ordenados
según acaban de procesarse, en cintas transportadoras que llevan a
cajas, que llevan a camiones, que salen por la puerta a satisfacer
una necesidad. Por otro lado, trabajadores llevando a gente
como yo en brazos, éstos inconscientes, aún con el dolor latiendo
en la nuca y la sangre que empieza a secarse.
Sellan
mi boca. Me río, pues nunca he dicho nada que pudiera ser objeto de
un control hacia mis palabras, y empiezo a arrepentirme de ello.
Taponan
mis oídos. Revivo las veces en que caminaba por la montaña con mi
padre, antes de tomar mi decisión, antes de desnudar mi cuerpo,
cuando aún era su hija. Al llegar arriba los sonidos pasaban por mis
oídos como un filtro, como si la naturaleza fuera lejana y solamente
importase el ahora.
Mis
manos hace tiempo que no se mueven y las lágrimas corren sin
obstáculo por mi cara. Lo último que veo es el reverso de la
máscara, que se acerca a mi rostro, y me gustaría que fuera un
sueño, me gustaría despertar ahora en la cama que abandoné hace
unas horas para hacer no recuerdo qué.
Ilustración de I.R.H.
Ilustración de I.R.H.
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