Hay (¡ay!) veces que caen,
caen por su propio peso,
los muros no son eternos.
Nos elevamos hacia el cielo
ladrillo a ladrillo, sin planos,
y olvidamos los cimientos.
Y en lo alto, en la cúspide,
mirando hacia atrás,
no ves más que una columna,
una columna aguantando el edificio
resistiéndose a derrumbarse
mientras el techo se tambalea.
Hay veces que permanecen
aunque por dentro esté muerto,
la carcoma los deja secos,
y persisten, causando más daño
que precipitarse con todo su peso
sobre tu cabeza ya vacía.
Nos rodean con sus brazos
de cemento y ladrillo,
nos ahogan cerrando ventanas
encogiendo las paredes,
nos enloquecen hablando suave
susurrando con boca de poeta
si no les hacemos la guerra
son ellos o nosotros
o tu y yo frente al plural
o yo en vez de ti.
Hay veces que los muros aguantarán
pero lo protegido, lo de dentro,
ya no da más de sí.
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