Para escribirte
debo hacerlo en imperativo,
en enérgica orden gramatical
escondido entre exclamaciones
y abrazarte en interrogación
de no saber la respuesta, ni la pregunta.
Para acercarme,
se necesitan mil dientes de león
al borde de mis labios soplando,
otros tantos en velas de cumpleaños
de noches en vela y estrellas fugaces,
para pedirte como el deseo.
Para verte
hay que cerrar los ojos y abrir la mente
separarte de los demás cuadros,
colgado en una pared blanca desierta
analizar tus manchas despacio
encontrarte los colores amalgamados.
Para entenderte
conocerte a ti, también tu circunstancia
hay que perderte de vista
y de tacto, y oído y gusto y olfato.
No necesito nada más,
que tú mismo en sobriedad
a la altura del paladar y las pestañas
y el hígado y las entrañas
nada más que la simpleza de tu gusto
para poderte disfrutar.
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